Monstruos por generación espontánea

Siempre han circulado leyendas en torno a la laguna, algunas de ellas bastante perturbadoras. La de «la Sirena» siempre ha sido mi favorita, su habilidad teriantrópica para engañar a las personas y poseerlas, me hizo mantenerme más alerta, desconfiar de las personas y concluir que mi maestra Ema no era humano. Al principio creímos que era otra leyenda, pero el rumor cobró fuerza y pronto sobrevino una frenética oleada de avistamientos y de severas advertencias. – Mire señora M. no permita que sus hijos se acerquen a la plancha porque hay animales en el agua «de esos que no son buenos», ya mi hijo los vio y por Cristo Resucitado que no es el mismo desde ese día, está enfermo de espanto y ni siquiera las limpias con ruda, pasilla y huevo funcionan.

En la escuela era tema de conversación. Los niños que vivían cerca de la laguna hablaban de dinosaurios con enormes dientes y cuerpos bañados en sangre, resultado de las batallas que libraban con vacas y caballos, que incautos, se acercaban a beber agua. Pero lejos de asustarnos, todo esto era una invitación para ir al encuentro de esos extraños seres y resolver el misterio de una vez por todas. Era claro que mamá no autorizaría la excursión, pero afortunadamente mi hermano y yo estábamos encargados de recoger la leche en un establo al otro lado del pueblo, a un par de kilómetros de la laguna. – De seguro que el primo José Luis ya los vio, él lleva sus vacas a pastar a «la plancha» y además, los fines de semana va por tule al otro lado de la laguna. – Seguramente -respondí- pero ya sabes que casi nunca está en su casa.

Pero contra toda predicción, ese día el primo José Luis estaba en su casa y nos confirmó el sitio exacto donde la gente decía haberlos visto. Era en la zona pantanosa del extremo oriente, famosa por los hongos San Isidro que aparecían todos los veranos y que congregaba a un montón de hippies. – Yo la verdad es que no los he visto -dijo José Luis- pero mi Padrino Chon hasta les lleva de comer, dice que son remansitos. Embelesados con la idea de encontrarnos con los monstruos, al día siguiente salimos de casa con dos horas de anticipación, so pretexto de que pasaríamos a la casa de Antonio allá en la Loma disque por un libro de matemáticas. Con toda cautela llegamos al sitio que nos dijo José Luis, nos instalamos sobre una gran roca al lado de un tular y empezamos a inspeccionar minuciosamente el lugar. Temblaba. El sol de la tarde reflejaba sus rayos sobre la laguna y sus destellos nos cegaban momentáneamente, el aire caliente de fines de abril se volvió pesado y sofocante, aun así, aguzamos los sentidos para no perder ningún detalle, cualquier movimiento o sonido que evidenciara la presencia de los monstruos. Estábamos absortos tratando de encontrarlos en el pantano que nunca miramos atrás. Un bramido seco y rasposo se escucho a nuestras espaldas. Se me erizó la piel. Al voltear miramos una montaña de carne que avanzaba lentamente hacia el pantano, unos metros atrás, otro, un poco más pequeño salió de entre el tule y avanzó para alcanzar a su compañero. El primero bramó nuevamente abriendo su hocico y mostrados sus enormes colmillos amarillentos. No pudimos movernos, no pudimos articular palabras, nos quedamos contemplando la escena en silencio mirando su lento avanzar hacia el lodo y sus ocasionales bramidos a la distancia. Son hipopótamos. No son monstruos, son dos enormes hipopótamos ¿los viste? son enormes.

Nadie sabía cómo había llegado allí, otros incluso no sabían de qué tipo de animales se trataba. Durante mucho tiempo circularon todo tipo de explicaciones, seres extraterrestres, humanos que fueron encantados por un hechicero, vacas con una extraña enfermedad, pero mi favorita de todas, generación espontánea del lodo. Ya le digo doña M. esas criaturas son del demonio, salieron nada más del lodo por obra del mal. Pero ya le dijimos al padrecito Élfego que vaya echarles agua bendita a ver si así vuelven a los infiernos de donde salieron. No nos enteramos el día cuando el padrecito fue a rociarlos, pero sí cuando hicieron una misa para sacar al chamuco de aquellos inocentes animalitos.

Vinieron días de alborozo. En el pueblo solo se hablaba de los hipopótamos. El equipo de fútbol local cambio su escudo, las tienditas cambiaron sus nombres, un chistosito cambió el cartel demográfico a la entrada del pueblo para indicar dos datos: 10520 habitantes y 2 hipopótamos, comenzaron a llegar excursiones desde otros pueblos para visitar a los hipopótamos, la venta de camisetas alusivas, al presidente municipal se le oyó decir que estábamos entrando a una nueva etapa de prosperidad turística e incluso rehabilitó un antiguo parque cerca de la laguna.

Pero humanos e hipopótamos son dos especies que difícilmente van a coexistir en sociedad. Los hipopótamos se cansaron de comer hierbas acuáticas y empezaron variar su menú con maíz, haba y alfalfa de las parcelas de los alrededores. Después descubrieron los invernaderos y cuando acabaron con los vegetales, entraron a los establos y graneros de los vecinos de la zona para comer la pastura del ganado. La gota de derramó el vaso fue cuando en el desfile del Día de la Revolución, los hipopótamos hicieron acto de presencia en plano centro del pueblo y asustaron a los niños que desfilaban. Aquello fue un merequetengue porque hubo desmayados y algunos lesionados por la estampida de los mismos asistentes.

– Esos animales nada mas vinieron a desgraciar al pueblo, decía don Tanque el molinero. – Ayer don Chano me dijo que se metieron a su petrolería y le tiraron un tambo, nomás imagínese doña M., Dios no lo quiera, se incendia su negocio y cunde todo el centro, yo espero que nuestro Cristo de la caña nos haga el milagro y se lleve pronto.

Y así fue. Un día desaparecieron, así como llegaron se esfumaron.

El llanto y la llanta

 

B

Aunque han pasado muchos años, las heridas causadas por ese acontecimiento no han sanado del todo, pero creo que es momento de hablar, poner de mi parte para redimir ese recuerdo. Era una tarde de verano (así deben empezar los cuentos). La lluvia matutina había sido intensa pero en la tarde el sol radiaba mucho calor, un calor bochornoso, molesto, que nos obligó a salir de la casa, dejar de jugar a los carritos y buscar otro entretenimiento para matar la tarde. -¡vamos a buscar hongos!, en el camino al “clarasol” hay mucho pasto y seguro encontramos. Veía a mi hermano y pensaba en lo incómodo que era traer los tenis y calcetines mojados, pero no había algo más interesante qué hacer, así que nos pusimos en marcha.

La casa más cercana a la nuestra más estaba a medio kilómetro. Alrededor solo había milpas, una magueyera, y más allá una que otra parcela abandonada donde crecían los mirasoles, grandes matas de gordolobo, ruda y chivatitos. Lo que era realmente divertido en esa época era ir a las zanjas que los agricultores cavaban en los linderos de las milpas para evitar la erosión y contener el agua de la venida de las lluvias, nadar ahí era fantástico. Pero aún faltaba varios días de lluvia para que tuvieran buen nivel, así que nos conformamos con buscar champiñones silvestres (aka honguear).

En un camino lleno de charcos, el reto era caer en todos y enlodarse hasta las rodillas. Caminamos hasta un lugar llamado “las coyotas” justo donde atraviesa la carretera federal, pero desafortunadamente no encontramos ningún hongo. Nunca habíamos ido más allá de la carretera, ni pretendíamos hacerlo. Teníamos una seria advertencia de no ir del otro lado de la carretera, así que nos quedamos contemplando los escasos autobuses que pasaban (desde ese entonces soy busólogo). De pronto sucedió algo inesperado. Un estrepitoso estruendo. Muy parecido a una explosión. En ese instante vimos cómo salía disparada la rueda de un camión, rodando por las milpas, derribando el maíz, rebotando sobre los surcos. Qué espectáculo. La llanta fue a terminar su loca travesía en una milpa a caer a escasos 20 metros de donde estábamos sentados, en ese instante nos levantamos y corrimos hacia la llanta que ahora llamo “la tragedia”.

El camión pasó de largo sin darse cuenta que había perdido un neumático, o quizá el conductor no le interesó detenerse para buscar la llanta. Llegamos al lugar mirando extasiados la enorme rueda que aún se estaba caliente. Era la llanta más grande que jamás habíamos visto, más grande que la de un autobús o un tráiler, en perfectas condiciones, sin el rin metálico y un mensaje en ese entonces desconocido: “MICHELIN”. Con un enorme esfuerzo logramos levantarla para rodarla, era evidente que sería muy complicado llevarla al camino, tiramos bastante maíz pero al final lo conseguimos. Era una emoción indescriptible.

Claro que habíamos visto llantas, no era un objeto desconocido, pero lo realmente sorprendente era el tamaño ¡cabíamos dentro de ella!, así que el regreso a casa fue de lo mejor, turnándonos para introducirnos y rodar con la llanta. Ahora recuerdo la extraña sensación de mareo, bajarse de llanta para caer inevitablemente en un charco por efecto del vértigo, ver el mundo desde el interior del neumático ha sido una de la experiencias más extrañas y placenteras en mi vida. El último tramo para llegar a la casa era una empinada, así que la aprovechamos para rodar por la calle hasta encontrarnos de frente con un sembradío de avena, no solo fue peligroso sino totalmente irresponsable, ahora me pregunto si mis problemas para socializar se deben a esas experiencias tan salvajes en mi niñez.

Durante varios días en ese verano, el entretenimiento fue la llanta. Tan solo verla rodar para impactarse con los magueyes era placentero, pero introducirse y rodar con ella era una experiencia que sólo se podía comparar con “las tasas” de la feria, aunque solo disponibles en la fiesta de San Miguel pagando 35 pesos.

La tragedia. La llanta despareció. Una mañana soleada despertamos y la llanta había desaparecido, la tarde anterior la habíamos dejado recargada al pie de un ciruelo en la huerta. Pensamos que mamá o papá la habían escondido, pero ¿por qué harían algo tan cruel y despiadado?, no tenía sentido, así que inmediatamente descartamos esa posibilidad y nos enfocamos reconstruir lo que había pasado el día anterior. Todo fue inútil. Todo estaba perdido. Llanta había desaparecido. Esa tarde lloramos como nunca, llanta era parte de nosotros y la habíamos perdido. Los días siguientes fueron difíciles pero al final llevaderos, total, era verano y la escuela estaba lejos.

Mientras explorábamos la copa de los árboles, nos dimos cuenta que a lo lejos unos niños se divertían corriendo en la empinada al otro lado del valle, quizá a unos 2 kilómetros. Si, jugaban con una enorme llanta. ¡Qué rayos había sucedido!, ¿qué hacían esos niños (odiosos por cierto) con nuestra llanta?. Bajé del árbol indignado, enojado, diciéndole a mamá lo sucedido. Mi madre, de armas tomar, inmediatamente fue a la casa de esos niños. – Mire doña Tarzana, resulta que sus niños están jugando con una llanta que les pertenece a mis hijos, ¿por qué fueron a robársela? No sean abusivos, estos niños (nosotros) encontraron la llanta en la carretera y la teníamos en la huerta.

Mire doña M, mis hijos fueron por las vacas a Santiago y se encontraron con esa llanta en el camino, no se la robaron a nadie, usted no tiene derecho a venir a gritarme a mi casa para decirme que mis hijos son unos ladrones.

En realidad si lo son (ahora), han estado en la cárcel por varias temporadas. Mi madre discutió acaloradamente pero al final no nos devolvieron la llanta. Así que lloramos otra vez, un llanto de enojo, injusticia y sobre todo de impotencia. Nada pasó, hasta que finalmente decidimos recuperar a llanta. Sí, tomar la justicia por nuestras propias manos. Así que armamos un sencillo plan que consistía en esperar a la noche e introducimos al patio de los niños para robarnos lo que por derecho era nuestro. No fue complicado. Regresamos a casa rodando nuestra llanta. El problema fue explicárselo a mamá. Además de lo arriesgado que fue introducirse a una casa ajena, mamá nos hizo ver lo desafortunados que eran esos niños, sin padre, sin juguetes, con apenas algo de ropa, con una mamá que era famosa por las tundas que les daba a sus hijos todos los días. Así que nos hizo devolver la llanta.

Los argumentos de mamá eran tan buenos que por un momento nos sentimos los villanos de la historia. Al final  devolvimos la llanta pensando que habíamos ganado un peldaño al cielo con esa obra de caridad. Lo cierto es que no superamos la pérdida, extrañábamos a llanta y sus alegres saltos por el camino. Pero, oh si, hubo justicia divina. Semanas más tarde nos enteramos que uno de los niños se fracturó el brazo cuando rodaron la llanta en una pendiente más prolongada.

 

Yo corredor

En diciembre de 1988 inicié con esto de correr. Fue mi tío quien me entusiasmó cuando lo escuchaba hablar sobre el significado de correr. Es una batalla -decía- en cada carrera luchas contra ti mismo. No importa si corres solo o estás en una competencia, si no juegas a ganarte entonces la carrera pierde sentido. Eso me inspiró. Así que en esas vacaciones invernales, sin más, me declaré corredor y empecé a luchar contra mi mismo. En mi propio universo. Al principio pensaba que eso de luchar, solo se refería a mejorar la resistencia o los tiempos. Pronto me di cuenta que eso era lo menos. Hay que luchar sistemáticamente contra el cansancio, las lesiones, el dolor, pero sobre todo contra desgaste emocional que empieza a mermar la motivación y hace que, ante cualquier circunstancia que la vida impone, se tenga que posponer un entrenamiento. Afortunadamente, esas carreras a unos 10 grados bajo cero por aquel gélido valle en el invierno del 88, no hicieron mas que confirmar el camino de debería seguir. No había vuelta atrás.

Con la emoción y expectativa que genera aquello que es desconocido, la noche anterior preparé minuciosamente mi indumentaria. Doble ropa deportiva, bolsas de plástico para cubrir la primera capa de calcetines, suficiente papel periódico para cubrir el tórax y la espalda, sombrero de lana, bufanda, calcetines como guantes, mis tenis Súper Faro y un frasco de nescafé relleno con agua. Y así, ataviado como para ir a un campamento de varios días, a las 4:55 minutos de aquella madruga de invierno dejé mi confortable y cálida cama, para tratar de entender a qué se referían cuando hablaban de correr. Y salí.

¿Qué significa correr?. Cada quien tiene una respuesta, su propia interpretación. Es como preguntar qué es la vida o qué es la felicidad. No hay una respuesta correcta o incorrecta. Inclusive, los argumentos cambian conforme la actividad misma le devuelve nuevos significados. Lo que inicialmente fue competir contra mi mismo, con el tiempo, se ha convertido en un refugio desde donde me puedo verme a mi mismo. Desde donde puedo juzgarme libre y sin argumentos, porque de cierta forma ese a quien miro es otra persona. Quizá es una forma de desprenderme, de sentirme menos yo.

El yo corredor tiene una particular forma de entender las cosas, y eso ha alentado extensas y profundas conversaciones sobre una gran variedad de temas, de los que -debo admitir- no siempre he salido bien librado. Nuestros puntos de vista se han forjado desde circunstancias diferentes. Ambos lo sabemos. Y en consecuencia, somos conscientes que no hay una intención de convencer al otro. Somos respetuosos. No obstante, los desacuerdos han zanjado profundas diferencias que me han obligado a dejar de correr por semanas. El tiempo siempre lo cura todo.

En la radio sonaba Major Tom. Su enigmático sonido del sintetizador en bucle ascendente, detonó un inexorable sentimiento de soledad que seguramente experimentó el propio Major Tom cuando estaba en campaña o cuando se alistó para viajar al espacio, tal como lo atestigua Rocket Man (I Thing It’s Going). Correr, aún en grupo, es una batalla que se libra en primera persona. Una guerra donde lo de menos son los kilómetros, la más cruenta batalla es contra el demonio de la soledad, que se obstina de alimentar la desesperación y la angustia. El ganador no será aquel con la mejor condición física o con tenis tecnológicamente más avanzados, sino el que logra la concentración necesaria para vencer sus propios miedos.

Y el miedo era lo que me hacía temblar. No el frío. A cada paso que daba podía sentir el pasto totalmente congelado, al tiempo que me preguntaba si todo aquello estaba ocurriendo, o si se trataba de uno de esos sueños donde todo mira y siente real y a final de cuentas sólo es producto de la mente. Pero estaba ahí. Podía sentir mi respiración agitada, los sonidos del campo en la madrugada, la tenue luz del firmamento. Estaba ahí, a punto de dar la primera zancada, sin cronómetro, sin forma de medir la distancia ni la velocidad, el propósito de esa primera carrera fue eso, sólo correr.

¿Qué piensan los corredores cuando están en la línea de salida? algunos recitan sus mantras para inducir ese estado mental y psicológico que les ayude a afrontar la carrera. Otros -más analíticos- piensan en su técnica aprendida para mantener un buena cadencia, en administrar su energía para lograr la mayor velocidad. Yo en cambio, pienso en lo que me va a devolver esa carrera. En todo aquello que uno recibe cuando enfrentas la soledad y te encuentras con el yo corredor. Heráclito de Efeso afirmaba que no era posible bañarse dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río y en el que baña. De cierta forma, no se puede correr dos veces en el mismo lugar, las condiciones, el estado de ánimo, el momento son diferentes, y esto hace que cada carrera sea única y único el conocimiento devuelto. Es como un sobre de m&m’s, uno nunca sabe qué le tocará.

Así, tras la primera zancada vinieron muchos años de carrera. Pero, aunque existan una plena convicción de las cosas deben mantenerse así, las responsabilidades que uno asume a lo largo de la vida hacen que tiempo adquiera otra proporción. Dejé de correr por varios años, y un día me vi al espejo con mis 105 kg encima, cansado, hambriento, improductivo, descubriendo al verdadero yo. Entonces decidí a partir de ese día que dejaría de ser menos yo. Luchar contra el yo verdadero que tiene las peores cosas de mi.

Ahora puedo decir que no dejaría de correr, sin embargo la vida misma es incierta. Y entonces encontraré otra forma de luchar contra el yo verdadero, despidiéndome del yo corredor y dándole la bienvenida al yo… nadador quizá. Recuerdo con emoción aquella mañana de invierno del 88, porque ahí empezó esta historia que continúa escribiéndose, y eso es lo mejor de todo.

El índice glucémico en la actividad física

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La glucosa es un monosacárido (un tipo de azúcar simple) que se encuentra en las frutas y en la miel. La glucosa, al igual que la fructosa (otro monosacárido), se absorben directamente al torrente sanguíneo. En condiciones normales, una persona adulta, antes de comer tiene entre 70 a 100 miligramos por decilitro (mg/dL) de glucosa en la sangre, considerando que un adulta tiene 5 litros de sangre en promedio, aproximadamente un adulto saludable en ayunas tiene entre 3.5 a 5 gramos.

Al ingerir alimentos ricos en carbohidratos, el nivel de glucosa en la sangre aumenta progresivamente, sin embargo no todos los alimentos se digieren y absorben con la misma rapidez, además, no todos producen las mismas concentraciones de glucosa en la sangre. Jenkins y sus colaboradores en la Universidad de Toronto propusieron un método para  comparar la calidad de los distintos carbohidratos contenidos en alimentos individuales, a través de un índice numérico basado en medidas de la glicemia, es decir la medida de concentración de glucosa libre en la sangre, después de su ingestión, al que se denominó índice glucémico postprandial.

El índice glucémico (IG) cuantifica el aumento de la glucemia durante dos horas posteriores a la ingesta de un alimento con un contenido de 50 g de carbohidratos, usualmente en comparación con la ingesta de 50 g de glucosa, esto es, el área bajo la curva glucemia/tiempo de cada alimento se compara con la curva de referencia posterior a la ingesta de 50 g de glucosa la cual tiene un valor asignado de referencia de 100.

En la Figura 1, se muestran los resultado de un estudio de la variación de la glucemia tras el consumo de pan blanco, pan integral y de glucosa, con valores basados en tamaños de raciones de 50 gramos de carbohidratos, durante un periodo de dos horas. Para obtener el IG del pan integral en referencia a la glucosa, al que se le ha asignado un valor de referencia de 100 unidades, se comparar el área bajo la curva de la glucosa respecto al área bajo la curva del pan integral bajo la ecuación:

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Figura 1. Variación de glucemia de la ingesta de glucosa, pan blanco y pan integral

Para el cálculo del IG se deben establecer raciones basadas en el calculo de carbohidratos que contiene cada alimento, por ejemplo 50 g de carbohidratos de pasta es aproximadamente a una taza de pasta cocida, pero 50 gramos de carbohidratos de zanahorias bebe equivalen a una porción de 7 tazas. Es importante observar que IG de un alimento puede verse afectado por diversos factores, tales como como la especie, variedad, maduración, la forma de preparación, el tiempo de almacenamiento, no obstante el IG sirve como referencia para definir criterios alimenticios y establecer dietas específicas bajo las 3 clasificaciones siguientes: alimentos con alto, medio y bajo IG.

Franco-Mijares, Cardona-Pimentel, Villegas-Canchola, Vázquez-Flores, Jáuregui-Vega, Jaramillo-Barrón y Nava (2013) describe el tipo de alimentos que es recomendable consumir, antes, durante y después de la actividad física de acuerdo a su IG, ya que la disponibilidad y asimilación de la glucosa durante el ejercicio no es lineal y presenta diferentes comportamientos y efectos en la resistencia y la fatiga. Por ejemplo, la ingesta de carbohidratos de alto IG, previo al ejercicio, produce una elevación de insulina en la sangre y produce una baja glucemia lo cual favorece un “agotamiento precoz” del glucógeno hepático y puede acelerar la desaparición de la fatiga. Una persona adulta almacena entre 1500 a 2000 kcal como glucosa sanguínea y glucógeno. En la sangre sólo se dispone de 50 kcal de glucosa para uso inmediato, el glucógeno en el hígado proporciona entre 250 – 300 kcal, el resto está el sistema músculo esquelético.

Es importante que los deportistas tengan cuidado con su alimentación, a fin de almacenar y mantener los depósitos de este combustible, ya que cuando el glucógeno se agota resulta difícil continuar con el ejercicio. Una forma de mejorar el rendimiento en la actividad física es aumentar el glucógeno en el músculo esquelético e hígado antes de realizar una actividad física.

Referencia

Franco-Mijares, A.C., Cardona-Pimentel, G.,  Villegas-Canchola, K.P., Vázquez-Flores, L., Jáuregui-Vega, P. I. Jaramillo-Barrón, E., y Nava, A. (2013). Sobre el índice glucémico y el ejercicio físico en la nutrición humana. El Residente, 8 (3), pp. 89-96.

El efecto protector del ejercicio

Enlight2Para realizar una actividad física, el cuerpo necesita de una determinada cantidad de energía. La forma de expresarla es en mediante el consumo de oxígeno (O2) de la masa corporal en la unidad de tiempo, este consumo ha sido expresado en unidades MET, que equivale a la cantidad de O2 consumido por kilogramo de peso corporal en un minuto por un individuo en reposo, considerando una persona de 70 kg esto equivale a 3.5 ml O2/kg/min

Por ejemplo, ver una película en el cine tiene un gasto de 1 MET, para convertir MET en kcal/min se aplica la ecuación:

Kcal/min = MET x 0,0175 x peso (kg)

Kcal/min = 1 x 0,0175 x 70 (kg) = 1.22 kcal/min

Una persona de 70 kg que asiste a una función de cine consume 1.22 kilocalorías por minuto, si una película dura 90 minutos, 1.22 x 90 entonces consumió 109.8 kilocalorías

En la sitio web “The Compendium of Physical Activities”  http://www.realfitness.es/recursos/compendium-of-physical-activities.pdf se puede encontrar una extensa lista de actividades donde se indica el MET, con esta información se puede hacer una estimación de las kilocalorías necesarias para las actividades diarias.

Pero el problema no termina ahí. Las kilocalorías que el cuerpo necesita para realizar una determinada actividad física proviene de los alimentos que se consumen, en particular de los macronutrientes energéticos los cuales se dividen en tres grupos, hidratos de carbono, proteínas, y grasas. Cada gramo de carbohidratos y proteínas aportan 4 kilocalorías y cada gramo de grasa aporta 9 kilocalorías.

Por ejemplo, en un taco de carnitas hay 220 calorías, de los cuales  24% es grasa, 45% carbohidratos y 31% proteínas. Si una persona de 70 kg se come un taco de carnitas y después va al cine a ver una película que dura 90 minutos, presenta una diferencia de -110 kilocalorías. Y en este cálculo no hemos considerado la correspondiente coca cola con un aporte de 105 kilocalorías.

De acuerdo con el trabajo de Romero (2009) el riesgo relativo (RR) de muerte por infarto agudo del miocardio en los trabajadores portuarios que gastaban menos de 8.500 kcal/semana era de 1.80 (p<0.01), en un período de observación de 22 años. Considerando nuestro actual estilo de vida, un adulto con una actividad física moderada requiere entre 2.000 y 2.500 calorías al día, si se supera esta cifra, las calorías extras se acumulan en el cuerpo en forma de grasa. La obesidad es precisamente este diferencial de calorías transformada en grasa acumuladas en el cuerpo.

Este problema de salud no es cuestión se sumas y restas de calorías, existen muchos factores involucrados tales como el metabolismo, la hormonas, estados emocionales, etcétera, Sin embargo, tomar conciencia sobre lo ingerimos aunado a una actividad física que motive un gasto energético, permitirá mantener saludable nuestro organismo.

Por ejemplo, andar en bicicleta con un esfuerzo medio de entre 19  y 22,5 km/h implica 8 MET, entonces  Kcal/min = 8 x 0.0175 x 70 (kg) = 9.8 kcal/min, durante media hora tenemos un consumo energético de 294 kilocalorías.

Referencias:

Romero, T. (2009). Hacia una definición de Sedentarismo. Revista chilena de cardiología28(4), 409-413.

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Sin título

Hace algunos años me invitaron a impartir una clase sobre uso de tecnología en la docencia a profesores de primaria y durante el primer debate, donde discutíamos el concepto de habilidad, una profesora decía que los niños de ahora veían con el chip integrado para usar la tecnología. 

Además de justificarse así misma, la frase denota una visión generacional sobre el uso de la tecnología en la cotidianidad, así como su proceso de adopción. Sin embargo, es claro que no es condición necesaria tener una cierta edad o un determino perfil académico, y si: existen muchos factores que motivan su uso, algunos externos como hacer mas eficiente un trabajo, favorecer una comunicación instantánea, reducir costos, etcétera. Y también intrínsecos, como motivaciones personales, un genuino interés de explorar, la necesidad de actualizarse, y muchas otras más.

Pero hablemos de los factores intrínsecos que lo impiden. Y uno de ellos es el miedo. Si, el miedo que producen todos esos artefactos que trastornan la vida diaria: tecnofobia

Aunque esto no es una categoría absoluta, la condición: miedo, se puede cuantificar a partir de las expresiones o manifestaciones personales; desde dudas o resquemores hasta alteraciones fisiológicas que pueden desencadenar estados de shock. Al ser tan amplía esta definición se tiene la ventaja de ser incluyente y considerar casi cualquier experiencia negativa con el uso de la tecnología. Así que es probable que en algún momento cualquiera de nosotros haya caído en esta condición. Lo interesante será averiguar cómo se afronta este tipo de afecciones y cómo afecta el desempeño académico.